viernes, 1 de septiembre de 2017

Amigas en el funeral

Amigas en el funeral

por María Gloria Ladislao

“José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. (…) Pilato entregó el cadáver a José.  Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.  María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.” (Mc 15, 43.45-47)
En los entierros suelen estar  los familiares más cercanos y los amigos más frecuentes. Extraño entierro el de Jesús. Los amigos más conocidos se fueron, y de los parientes no se menciona a ninguno.
Un discípulo, que no era del círculo más íntimo, se está arriesgando. El y las mujeres amigas.
Tradicionalmente les ha tocado a las mujeres acompañar a los agonizantes, llorar a los muertos y lavar los cadáveres. Si este entierro fuera un entierro tradicional, la presencia de estas dos discípulas no tendría nada de particular. Pero no es un entierro tradicional; no se sigue ninguna tradición dejando solo a un amigo o faltando al funeral  de un pariente.
Este que esa noche estaba muerto había dicho alguna vez:
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?».  Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos.  Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».  (Mc 3, 33-35)
Y así recuerda el evangelio esta sepultura. Superados los lazos biológicos, este varón y estas mujeres presentes allí se han hecho hermano y hermana, también en este rol de ser los únicos que han quedado para ocuparse del cadáver.
Este que esa noche estaba muerto había dicho alguna vez:
“Deja que los muertos entierren a sus muertos”. (Lc 9,60)
Este amigo y estas amigas que quieren, a pesar de todo y desoyendo al maestro, cumplir con la tradición, no podrán hacerlo. La hora corre, se hace de noche, ya no se ve, empieza el descanso… no se puede hacer nada más. Los ritos de entierro y embalsamamiento quedarán inconclusos.
Pero las discípulas ven. Está cayendo la noche pero en la penumbra ellas ven donde se pone el cuerpo. El deseo y la intención será venir a darle los cuidados exigidos. El se enojaría. El, que había mandado no detenerse en la muerte, seguramente se enojaría. Pero no es comprensible su mensaje. No es humano dejar a un muerto así, sucio, lleno de sangre, sin perfumar.
Los ojos de ellas aseguran la continuidad del cuidado y la atención. Ellas ven donde lo ponen. Ellas sabrán dónde buscarlo. Ellas serán las que podrán dar el testimonio y transmitir la fe: “padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado”.
Para trabajar en grupo
Comparemos la escena del entierro de Jesús en los cuatro evangelios:
Mt 27, 57-61
Mc 15, 42-47
Lc 23,50-56
Jn 19, 38-42
En cada relato observar quiénes son las personas, varones y mujeres, que se nombran. ¿Aparecen estas personas en otros momentos del evangelio?
¿Qué características de discípulo o discípula encarnan estas personas?
¿De qué manera concreta estas personas cumplieron la sentencia de Jesús de convertirse en su hermano, su hermana y su madre?

Para rezar
En la comunidad cristiana no nos une un lazo de sangre sino un lazo de fe. Por eso nos llamamos “hermano” y “hermana”. También es probable que haya personas queridas de quienes decimos “es como una hermana para mí”, o alguien en la comunidad a quien todos le reconocemos que “es la madre de todos” o “es como un padre”.
Hagamos una oración nombrando a estas personas con las que formamos la familia de Jesús.

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