viernes, 1 de septiembre de 2017

Una mujer vestida de sol


Una mujer vestida de sol


https://palabrasconmiel.wordpress.com/mujeres/vestida/

 EL VESTIDO


La vestimenta en los tiempos bíblicos:

La camisa larga de algodón, túnica interior o ropa interior se usaba pegada al cuerpo. Era una vestimenta de entre casa, y se recogía alrededor del cuerpo con un cinturón o faja para trabajar. Esta túnica interior era usada tanto por varones como por mujeres.
El cinturón de cuero o de lino se ponía para que no molestara la túnica (2 Re 4,29, Hech 12,8). El de cuero era más rústico, y era usado por los profetas; así se menciona a Elías en 2 Re 1,18 y a Juan el Bautista en Mt 3,4. El cinturón de lino o seda, bordado, era más costoso (Jer 13).
El cinturón tenía un ancho aproximado de 15 cm., de modo que servía para llevar dinero (2 Sam 8,11) y para afirmar la espada (1 Sam 25,13). Era una parte indispensable en el vestuario del hombre. El uso simbólico “ceñirse los lomos” “ajustar el cinturón”  implica firmeza, que nada impida que uno esté listo para la acción, que impere la justicia o la verdad (cf. Lc 12,35; Sal 18,39; Is 11,15; Ef 6,24).
Encima de la túnica interior se llevaba un palio, especie de chaleco sin mangas; podía ser hecho de pelo de cabra o camello; los más pobres empleaban arpillera.
La vestimenta se completaba con el manto, túnica exterior o capa larga. Este manto estaba hecho de lana o pelo de cabra; en ocasiones de algodón. Se usaba aún con altas temperaturas porque se decía que si protege del frío, servirá también para proteger del calor (2 Re 2,8-13; Dn 3,21).
Las mujeres usaban túnica y palio, y debían llevar el cabello cubierto con un velo.
Con respecto al vestido de novia, como en todo Oriente hasta la actualidad, no era blanco como acostumbramos en nuestra cultura, sino de colores brillantes y con vivos adornos (ver en la foto un traje típico de novia palestina).
(Bibilografía: Itinerario bíblico II, Ricardo Pietrantonio, Ed. La Aurora)
Vestimenta de los profetas
El cinturón de cuero rústico7 El rey les preguntó: “¿Cómo era el hombre que subió al encuentro de ustedes y les dijo esas palabras?”. 8 Ellos le respondieron: “Era un hombre con un manto de piel y con un cinturón de cuero ajustado a la cintura”. Entonces el rey exclamó: “¡Es Elías, el tisbita!”. (2 Re 1,8)
1 En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2 «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». 3 A él se refería el profeta Isaías cuando dijo:
Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos.
4 Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. 5 La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, 6 y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. (Mt 3)
Cuando Jesús habla acerca de Juan Bautista, contrapone la austeridad de este profeta al lujo y ostentación del rey Herodes Antipas que lo había hecho apresar:
24 Cuando los enviados de Juan partieron, Jesús comenzó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? 25 ¿Qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que llevan suntuosas vestiduras y viven en la opulencia, están en los palacios de los reyes. 26 ¿Qué salieron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. 27 Él es aquel de quien está escrito:
Yo envío a mi mensajero delante de ti
para prepararte el camino. (Lc 7)
Vestimenta litúrgica
27 Después hicieron las túnicas de lino fino para Aarón y sus hijos; 28 hicieron el turbante de lino fino, los adornos de las mitras de lino fino, y los pantalones de lino fino reforzado; 29 también tejieron las fajas recamadas de lino fino reforzado, de púrpura violeta y escarlata y de carmesí, conforme a la orden que el Señor había dado a Moisés.
30 Finalmente, forjaron la flor de oro puro – signo de consagración – y grabaron en ella, como se graban los sellos, la siguiente inscripción: “Consagrado al Señor”. 31 Luego le pusieron un cordón de púrpura violeta, para poder sujetarla a la parte superior del turbante, como el Señor se lo había ordenado a Moisés. Ex 39,27-32
En la liturgia católica, se comenzó a enfatizar el simbolismo de la vestimenta litúrgica a partir del siglo IX. (Pensemos que en los primeros siglos de la iglesia, no hacía falta tener una túnica especial para recordar la vestimenta de Cristo, ya que la gente seguía usando túnicas). Se busca que los vestidos litúrgicos ayuden a entender el misterio que celebramos. (Ver José Aldazábal, Gestos y Símbolos Ed. Agape).
EL VESTIDO DE LA REINA
SALMO 45 (44) . Se lee en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen y en algunas fiestas de santas vírgenes.
Muchos Padres de la Iglesia, como es sabido, han interpretado el retrato de la reina aplicándolo a María, desde la exhortación inicial: «Escucha, hija, mira, inclina el oído…» (v. 11). Así sucedió, por ejemplo, en la Homilía sobre la Madre de Dios de Crisipo de Jerusalén, un monje capadocio de los fundadores del monasterio de San Eutimio, en Palestina, que, después de su ordenación sacerdotal, fue guardián de la santa cruz en la basílica de la Anástasis en Jerusalén.
«A ti se dirige mi discurso -dice, hablando a María-, a ti que debes convertirte en esposa del gran rey; mi discurso se dirige a ti, que estás a punto de concebir al Verbo de Dios, del modo que él conoce. (…) “Escucha, hija, mira, inclina el oído”. En efecto, se cumple el gozoso anuncio de la redención del mundo. Inclina el oído y lo que vas a escuchar te elevará el corazón. (…) “Olvida tu pueblo y la casa paterna”: no prestes atención a tu parentesco terreno, pues tú te transformarás en una reina celestial. Y escucha -dice- cuánto te ama el Creador y Señor de todo. En efecto, dice, “prendado está el rey de tu belleza”: el Padre mismo te tomará por esposa; el Espíritu dispondrá todas las condiciones que sean necesarias para este desposorio. (…) No creas que vas a dar a luz a un niño humano, “porque él es tu Señor y tú lo adorarás”. Tu Creador se ha hecho hijo tuyo; lo concebirás y, juntamente con los demás, lo adorarás como a tu Señor» (Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1998, pp. 605-606).
http://www.franciscanos.org/oracion/salmo044.htm



La mujer revestida de sol


Y apareció en el cielo un gran signo: una mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. (Ap 12,1-2)
Gucolg
Esta mujer aparece resplandeciente  en medio del cielo. Está revestida del sol. ¿Quién puede hacer un vestido con la luz del sol? Solamente Dios. Ella ha sido revestida por Dios con toda la luminosidad.
A sus pies tiene la luna. En todas las culturas, la luna se asocia con las mujeres, ya que tanto las mujeres como la luna completan un ciclo de veintiocho días.
Lleva una corona de doce estrellas. A lo largo de la Biblia, muchas veces las estrellas simbolizan a los creyentes (Dn 12,3) o también a las comunidades (Ap 1,20). Aquí se trata de doce estrellas, que pueden simbolizar a las doce tribus y a los doce apóstoles.
Esta mujer, revestida de sol, que está a punto de dar a luz, puede simbolizar al pueblo de Dios, a esa comunidad “hija de Sión” a la cual se dirigieron los profetas (Is 26, 16-17; 66,7-9;  Sof 3; Jer 31).
Al aparecer como “mujer” en oposición al “dragón”, también evoca las figuras de Eva y la serpiente en el Edén. Así, la mujer representaría a toda la humanidad. Cuando, en el Edén,  el varón y la mujer se dieron cuenta de que estaban desnudos, Dios les hizo unas túnicas de pieles y los vistió (Gen 3,21). Ahora, la mujer renovada ya no viste un rústico cuero de animal, sino que está revestida de sol por el mismo Dios.
María, la mujer, es prototipo de la comunidad de fe. Por eso, la tradición católica también ha visto en esta mujer revestida de sol, que encarna al pueblo creyente, la figura de María.
Además de la mujer revestida de sol, en el libro del Apocalipsis aparecen en numerosas ocasiones los santos, los salvados, que llevan vestiduras blancas (el blanco es el color de la victoria y de la eternidad):
Alrededor del que estaba sentado en el trono había otros veinticuatro tronos, donde estaban sentados veinticuatro ancianos, con túnicas blancas y coronas de oro en la cabeza. (Ap 4,4)
Después de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: 
La salvación viene de nuestro Dios
que está sentado en el trono
y del Cordero.
¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas? Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero.  (Ap 7,9-14)
Contrariamente a lo que se acostumbraba en las bodas terrenales, en que se vestía  a las novias con colores vivos y brillantes, el Apocalipsis toma el simbolismo del color blanco (victoria y eternidad) para describir a la iglesia-esposa:
¡Aleluya!
Porque el Señor, nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido su Reino.
Alegrémosnos, regocijémosnos y demos gloria a Dios,
porque han llegado las bodas del Cordero;
su esposa ya se ha preparado
y la han vestido con lino fino
de blancura resplandeciente.
El lino simboliza las buenas acciones de los santos. (Ap 19, 6-8)

Encuentro bíblico

Una mujer vestida del sol

Este encuentro bíblico se realizará el jueves 12 de diciembre de 2013 en el Santuario
Jesús Misericordioso de la ciudad de Buenos Aires. 
Más información, en página principal.

PARTIMOS DE LA VIDA
 
Ambientar el salón para realizar el encuentro de este modo:
Cortar en papel verde algunas serpientes, dibujarle ojitos y lengua, y desparramarlas por el piso
de modo tal que la gente, cuando va llegando al encuentro, deba pasar y pisar sobre las serpientes.
¿Qué piensa la gente cuando se dice Apocalipsis?
¿Cuál es nuestra experiencia sobre la lectura de este libro?
 
QUÉ DICE EL TEXTO
 
1. Proclamamos  el pasaje de Ap 12,1-17; dejamos tiempo para releer  y comentamos nuestras primeras impresiones.
2. Observamos a los personajes y los distintos lugares donde aparecen.
3. El capítulo se puede dividir en tres partes: vv. 1-6; vv. 7-12; vv. 13-17. ¿Qué cambios de situación se producen en cada una de esas tres partes?
4. ¿Qué símbolos aparecen a lo largo de todo el relato? ¿Qué significado nos sugieren?

Para profundizar con otros textos bíblicos
5. La enemistad entre la mujer y la serpiente: Gn 3,15.
6. El poder transmitido a los seguidores de Jesús para pisar la serpiente: Lc 10, 17-20
7. La Jerusalén celestial:
Ap 21,1 – 22,5
Is 60,1-22
Is 66, 10-14

Sobre LAS ESTRELLAS, click aquí. 


Algunas características del género literario apocalíptico
  • El mensaje es una revelación a un personaje (puede ser del pasado) o a un mensajero, que a su vez lo da a conocer a la comunidad.
  • El mensaje se presenta a través de visiones (fenómenos de la naturaleza, cifras misteriosas, figuras simbólicas, etc.), en las cuales el vidente intenta transmitir lo que ha visto, conocido de Dios. El profeta era portavoz de la Palabra de Dios, la comunicaba en forma oral. En los apocalipsis el autor es un vidente, Dios se le manifestó en visiones y él así lo comunica. La palabra se utiliza para explicar la imagen.
  • Divide la historia en etapas, situando el presente poco antes del fin de los tiempos. Busca echar luz sobre la situación actual que se vive, a partir de una mirada esperanzadora del futuro. Conocer que la historia tiene un final feliz, con el triunfo de Dios, ayuda a sobrellevar las situaciones del presente y evita caer en la desesperanza. Es un mensaje movilizador, de aliento y compromiso.
(Del curso a distancia de la Sobicain, El Apocalipsis, cuadernillo 1)

QUÉ NOS DICE EL TEXTO

  • ¿Qué experiencias tenemos de haber precipitado a la serpiente? Las comentamos.
  • ¿Qué luces para leer el resto del Apocalipsis nos da este capítulo 12?
  • ¿Qué Buena Noticia tiene este pasaje para nosotros/as hoy?

CELEBRAMOS EL COMPROMISO CON LA VIDA

Jerusalén, qué bonita eres, calles de oro, río de cristal. (bis)
Por esas calles vamos a caminar, calles de oro, río de cristal. (bis)
En el cielo todos cantan ¡Aleluia! yo también quiero cantar. (bis)
¡Aleluia! yo también quiero cantar. (bis)
ORACIÓN
Virgen María, te recomendamos toda la Iglesia,
ya que eres su Madre.
Tú, que por tu mismo Hijo divino, en el momento de su muerte redentora
fuiste presentada como madre al discípulo predilecto,
acuérdate del pueblo cristiano que en Ti confía.
Acuérdate de todos tus hijos;
avala sus preces ante Dios,
conserva sólida su fe, fortifica su esperanza, aumenta su caridad.
Acuérdate de aquellos que viven en la tribulación,
en las necesidades, en los peligros;
especialmente de aquellos que sufren persecución
y se encuentran en la cárcel por la fe.
Para ellos, Virgen Santísima, solicita la fortaleza
y acelera el ansiado día de su justa liberación. Amén.       Pablo VI

Paz y Alegría Noviembre 2013


María, mujer del Adviento

El mes de diciembre está marcado por la presencia de la Virgen María.
El día 8 celebramos su Inmaculada Concepción. Con este dogma, la Iglesia afirma que María, en atención a los méritos de Cristo, fue concebida sin pecado original.
El día 12 festejamos a María bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, recordando su aparición al indio Juan Diego en los inicios de la evangelización de América.
Y durante todo este tiempo, ella está muy presente en nuestra reflexión, ya que, con ella, esperamos el nacimiento de Jesús. Ella recibió con disponibilidad el anuncio del ángel Gabriel. Por eso, antes que ser madre en el cuerpo, María es creyente y discípula fiel que se entrega a la voluntad de Dios por el bien de toda la humanidad. Ella, con su actitud atenta y contemplativa, guardando los misterios de Dios en su corazón, nos acompaña en estos días haciendo nuestra espera más fecunda y nuestra esperanza más firme.

Con María, no sólo hacemos memoria, sino que también acrecentamos nuestra esperanza. Durante este tiempo de Adviento, en las misas rezaremos una oración en la que le decimos a Jesús: “Por tu primera venida, en la que creemos, y por la segunda, que esperamos”. Es decir que no sólo nos preparamos para la Navidad, la memoria de la primera venida del Salvador, sino que también meditamos sobre lo que será su segunda venida, gloriosa, al fin de los tiempos. ¿De qué manera María acompaña también este aspecto del Adviento que orienta nuestra mirada hacia el final de la historia?

María fue asunta al Cielo. Ella está ya gozando de la comunión de amor de la Trinidad. En ella se realiza, anticipadamente, esa alegría final del Reino de Dios que todos esperamos alcanzar. Caminando hacia esa segunda venida, que esperamos con fe, María camina con nosotros y nos ayuda a confiar toda nuestra vida en Jesucristo, el Señor de la Historia que se revelará plenamente.

Las mujeres en las comunidades paulinas

Las mujeres en las comunidades paulinas

Prof. María Gloria Ladislao



En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo,
ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni varón ni mujer,
ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
 (Gál 3,27-28 )

Estas palabras de San Pablo son categóricas. El bautismo en Cristo ha superado las más hondas diferencias: las de raza, las de situa­ción social y las de género. Todas y todos, sea cual fuera nuestra condición, somos re­dimidas/os no por nuestra categoría o méritos, sino por Cristo; en él hemos quedado todas y todos solidarizados en la salvación. 
¿Cómo se hacía efectiva esta nueva condición sin desigualdades en la comunidad cris­tiana? Algunos elementos podemos rescatar en los textos bíblicos y extrabíblicos. Uno sumamente importante es que las asambleas cristianas se celebraban en un lugar común, sin separación para varones y mujeres. Aunque una pudiera pensar hoy a la distancia que eso es “poca cosa” significó una grandísima novedad en el plano religioso. Ese compartir el mismo lugar era también compartir la oración y los roles. Existen testimo­nios sobre la existencia de mujeres profetisas (Hech 21,9; 1 Cor 11,5 ),  presi­dentes de comunidad como Priscilla y su esposo Aquila (Rom 16,3-5), y diaconisas (Rom 16,1-2; 1 Tim 3, 11).

Las mujeres profetisas

Ahora bien, según Pablo, para profetizar en la asamblea la mujer debe llevar el velo puesto:

Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza. Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza, es como si estuviera rapada. (1 Cor 11,4-5). 

No llevar velo era una señal de prostitución, ya que toda mujer casada reservaba el cabello, como un elemento sensual, exclusivamente para el marido. Para justificar esta norma, Pablo desarrolla todo un argumento sobre la cabeza del varón y la cabeza de la mujer, donde entonces dice que la cabeza de la mujer es el varón, jerarquizando, en directa contradicción con lo afirmado en Gál 3,28. 

El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo del hombre. En efecto, no procede el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre. Ni fue creado el hom­bre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre. He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción, por razón de los ángeles. (1 Cor 11,7-10)

Todo ese argumento ¡para sostener la convención social sobre el velo de las mujeres! Yo estimo que el mismo Pablo habrá sospechado mientras escribía que estaba yendo demasiado lejos, porque luego de argumentar que la mujer procede del hombre, y por lo tanto debe estar sujeta, etc.etc. reacciona y vuelve al principio cristiano:

Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. (1 Cor 11,11) .

Además de este conflicto entre normas culturales y novedad del evangelio en aquel momento de los inicios, hay que considerar qué ocurrió después cuando estos textos, a lo largo de los siglos, se siguieron leyendo en la comunidad cristiana. La cuestión de fondo aquí es que – los varones con el pelo suelto y las mujeres con velo- comparten el mismo espacio y los mismos roles. Con respecto específicamente al rol de  la profecía el mismo Pablo dice en otra oportunidad:

El que profetiza, habla a los hombres para edificarlos, exhortarlos y reconfortarlos. (1 Cor 14,3).

O sea que, si eran profetas o profetisas,  tanto varones como mujeres hablaban  en la asamblea cristiana. Piense cada uno en sus iglesias hasta cuándo fue obligatorio que las mujeres llevaran mantilla para tener la cabeza cubierta como mandaba Pablo. Y piense también cuándo las mujeres pudieron empezar a hablar en la asamblea litúrgica. 

Existe otro texto donde se manda que las mujeres callen en la asamblea.

Como en todas las Iglesias de los santos, las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido hablar, antes bien, estén sumisas como también la Ley lo dice. Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa; pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea.  (1 Cor 14,33b-35)

La crítica literaria ya ha probado que el texto no es auténtico de Pablo, y reflejaría una problemática particular, posterior a los tiempos del apóstol. Todo lo cual no le quita su canonicidad. La cuestión que nos planteamos es que una comunidad que sigue siendo patriarcal conserva muy bien la memoria de esta prohibición particular hasta el punto de haber hecho desaparecer el poder hablar que las mujeres tenían en los inicios en las asambleas cristianas.

Mujeres presidiendo comunidades

Al considerar el nuevo lugar de la mujer en el cristianismo, un hecho que no se puede pasar por alto es el lugar físico en el cual se realizaba el culto cristiano: las casas. La celebración litúrgica cristiana, llamada Cena del Señor o Fracción del Pan, consistía en una comida en común realizada en la noche del domingo (1 Cor 11,17-22).
Tanto en el libro de los Hechos como en las cartas de Pablo, se destaca la importancia de esas casas como lugar de reunión. En algún caso, el lugar de identifica directamente por la mujer dueña de casa:

Y marchó a casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde se hallaban muchos reunidos en oración. (Hech 12,12)

[Pablo y Silas] Al salir de la cárcel se fueron a casa de Lidia, volvieron a ver a los hermanos, los animaron y se marcharon. (Hech 16,40)

En otros casos, es el matrimonio anfitrión quien aparece presidiendo la comunidad:

 Saluden a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús.  Ellos arriesgaron su vida para salvarme, y no sólo yo, sino también todas las Iglesias de origen pagano, tienen con ellos una deuda de gratitud.  Saluden, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa. (Rom 16,3-5)

Los saludan en el Señor Prisca y Aquila, junto con los hermanos que se congregan en su casa. (1 Cor 16,19)


A partir de estos datos comienzan nuestras conjeturas. ¿Por qué la comunidad es nombrada por la mujer dueña de casa o por el matrimonio? Tal vez la respuesta más sencilla sea porque esa es la forma de individualizar una casa: “voy a casa de Fulanita”, “voy a cenar a lo de los López”, decimos también hoy. ¿Qué rol cumplían estas personas en la celebración? La Cena del Señor era realmente una cena donde se comía y se bebía. No es difícil suponer el destacado papel de la mujeres en este servicio (diaconía) de recibir, poner la mesa y repartir los alimentos. Mujeres como Lidia, María, y tantas otras que permanecen anónimas, como anfitrionas podrían  presidir las reuniones que se celebraban en sus casas. Es hermoso pensar que la novedad del Evangelio llegó también a transformar el tradicional rol del ama de casa, ampliando su círculo de acción también a otras personas que no eran de su familia y dándoles un ministerio a realizar para el bien de toda la comunidad.

Mujeres evangelizadoras

Es innegable hoy en día el rol de las mujeres en la evangelización. Evangelizadoras transmisoras de la fe en su familia, evangelizadoras cuando van a rezar a casa de esa vecina que está en problemas, evangelizadoras como catequistas, voluntarias, ministras del alivio y tantos otros roles.
¿Por qué no suponer que en los comienzos de la Iglesia también fue así? Los cristianos de los primeros años no tenían todavía un marco institucional tan definido como tiene la Iglesia actualmente. Los textos bíblicos atestiguan la tarea de las mujeres como profetisas y líderes dentro de la comunidad. Y también como evangelizadoras y catequistas. 
El matrimonio de Priscilla y Aquila es el primer matrimonio catequista que aparece en el Nuevo Testamento. Ellos instruían a quienes aún no habían completado su formación en la fe cristiana. Tal es el caso cuando se encuentran con un elocuente predicador, Apolo. Después de oírlo, Priscilla y Aquila lo llevaron con ellos y le explicaron más exactamente el Camino (Hech 18,26).
Pablo llama a Andrónico y Junia ilustres entre los apóstoles, es decir, los reconoce como enviados por la comunidad para evangelizar (cf. Rom 16, 7).

Mujeres muy queridas

En el capítulo 16 de la carta a los Romanos, Pablo nombra a varios hombres y mujeres que han trabajado por el Evangelio y hacia quienes él guarda un profundo afecto. Estos saludos ponen de manifiesto la estrecha relación del apóstol con estos hombres y mujeres y son el mejor testimonio de que, en medio de las contradicciones culturales y las disputas eclesiales por el poder, las mujeres estuvieron desde el primer momento haciendo la Iglesia y viviendo la novedad de la Buena Noticia:

1 Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de Cencreas, 2 para que la reciban en el Señor, como corresponde a los santos, ayudándola en todo lo que necesite de ustedes: ella ha protegido a muchos hermanos y también a mí. 
3 Saluden a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. 4 Ellos arriesgaron su vida para salvarme, y no sólo yo, sino también todas las Iglesias de origen pagano, tienen con ellos una deuda de gratitud. 5 Saluden, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa. 
No se olviden de saludar a mi amigo Epéneto, el primero que se convirtió a Cristo en Asia Menor. 6 Saluden a María, que tanto ha trabajado por ustedes; 7 a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de cárcel, que son apóstoles ilustres  y creyeron en Cristo antes que yo. 8 Saluden a Ampliato, mi amigo querido en el Señor; 9 a Urbano, nuestro colaborador en Cristo, y también a Estaquis, mi querido amigo. 10 Saluden a Apeles, que ha dado pruebas de fidelidad a Cristo, y también a los de la familia de Aristóbulo. 11 Saluden a mi pariente Herodión, y a los de la familia de Narciso que creen en Cristo. 
12 Saluden a Trifena y a Trifosa, que tanto se esfuerzan por el Señor; a la querida Persis, que también ha trabajado mucho por el Señor. 13 Saluden a Rufo, el elegido del Señor, y a su madre, que lo es también mía; 14 a Asíncrito, a Flegonte, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos. 15 Saluden a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, así como también a Olimpia, y a todos los santos que viven con ellos. 16 Salúdense mutuamente con el beso de paz. Todas las Iglesias de Cristo les envían saludos. (Rom 16,1-16)
La autora
cañuelas
María Gloria Ladislao es catequista y Licenciada en Teología con especialidad en Sagrada Escritura (UCA), laica, casada. Se desempeña como profesora de Sagradas Escrituras en Seminarios Catequísticos y otros centros de estudio en Buenos Aires y alrededores. Es directora del Espacio Bíblico Palabras con miel que funciona en el Santuario Jesús Misericordioso. Ha publicado, entre otras obras, “Las mujeres en la Biblia” y “Palabras y Pasos” y “Jesús miraba mujeres” (Ed. Claretiana).

Amigas en el funeral

Amigas en el funeral

por María Gloria Ladislao

“José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. (…) Pilato entregó el cadáver a José.  Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.  María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.” (Mc 15, 43.45-47)
En los entierros suelen estar  los familiares más cercanos y los amigos más frecuentes. Extraño entierro el de Jesús. Los amigos más conocidos se fueron, y de los parientes no se menciona a ninguno.
Un discípulo, que no era del círculo más íntimo, se está arriesgando. El y las mujeres amigas.
Tradicionalmente les ha tocado a las mujeres acompañar a los agonizantes, llorar a los muertos y lavar los cadáveres. Si este entierro fuera un entierro tradicional, la presencia de estas dos discípulas no tendría nada de particular. Pero no es un entierro tradicional; no se sigue ninguna tradición dejando solo a un amigo o faltando al funeral  de un pariente.
Este que esa noche estaba muerto había dicho alguna vez:
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?».  Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos.  Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».  (Mc 3, 33-35)
Y así recuerda el evangelio esta sepultura. Superados los lazos biológicos, este varón y estas mujeres presentes allí se han hecho hermano y hermana, también en este rol de ser los únicos que han quedado para ocuparse del cadáver.
Este que esa noche estaba muerto había dicho alguna vez:
“Deja que los muertos entierren a sus muertos”. (Lc 9,60)
Este amigo y estas amigas que quieren, a pesar de todo y desoyendo al maestro, cumplir con la tradición, no podrán hacerlo. La hora corre, se hace de noche, ya no se ve, empieza el descanso… no se puede hacer nada más. Los ritos de entierro y embalsamamiento quedarán inconclusos.
Pero las discípulas ven. Está cayendo la noche pero en la penumbra ellas ven donde se pone el cuerpo. El deseo y la intención será venir a darle los cuidados exigidos. El se enojaría. El, que había mandado no detenerse en la muerte, seguramente se enojaría. Pero no es comprensible su mensaje. No es humano dejar a un muerto así, sucio, lleno de sangre, sin perfumar.
Los ojos de ellas aseguran la continuidad del cuidado y la atención. Ellas ven donde lo ponen. Ellas sabrán dónde buscarlo. Ellas serán las que podrán dar el testimonio y transmitir la fe: “padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado”.
Para trabajar en grupo
Comparemos la escena del entierro de Jesús en los cuatro evangelios:
Mt 27, 57-61
Mc 15, 42-47
Lc 23,50-56
Jn 19, 38-42
En cada relato observar quiénes son las personas, varones y mujeres, que se nombran. ¿Aparecen estas personas en otros momentos del evangelio?
¿Qué características de discípulo o discípula encarnan estas personas?
¿De qué manera concreta estas personas cumplieron la sentencia de Jesús de convertirse en su hermano, su hermana y su madre?

Para rezar
En la comunidad cristiana no nos une un lazo de sangre sino un lazo de fe. Por eso nos llamamos “hermano” y “hermana”. También es probable que haya personas queridas de quienes decimos “es como una hermana para mí”, o alguien en la comunidad a quien todos le reconocemos que “es la madre de todos” o “es como un padre”.
Hagamos una oración nombrando a estas personas con las que formamos la familia de Jesús.

Mirando en el Templo

Mirando el Templo

El Templo de Jerusalén era el lugar donde los israelitas acudían en peregrinación tres veces al año.
Los discípulos y discípulas de Jesús eran, en su gran mayoría, gente sencilla de la zona rural del país. Para ellos, había mucho para ver en cada viaje a la gran ciudad de Jerusalén y al Templo. Su mirada se alzaba para fijarse en la fastuosidad de las grandes construcciones:
Uno de sus discípulos le dijo: 
– ¡Maestro, mira qué piedras y qué construcción! 
Jesús le respondió: 
– ¿Ves esa gran construcción? De todo esto no quedará piedra sobre piedra…
 (Mc 13,1-2)
Este discípulo estaba impresionado por la grandiosidad y el lujo del Templo: la piedra blanca de los muros, las placas de oro como adorno, los mosacios de colores, los utensilios de bronce y las columnas de mármol, hacían lucir al Templo en el centro de la ciudad.
Una sólida construcción. Pero, para Jesús, no tiene solidez. Un día se caerá.
Ver y ser visto
Para el pequeño grupo venido de las aldeas del interior del país, había mucho para ver en el Templo y la gran ciudad. No sólo los grandes edificios. También mucha gente, diversa, de todas las clases sociales, venidos de todos los rincones del país, y también los judíos devotos residentes en el extranjero que llegaban a Jerusalén para las fiestas.
En tiempos de Jesús, se calcula que la ciudad tenía una población estable de sesenta mil habitantes, que ascendía hasta doscientos mil con la llegada de los peregrinos en los días de fiesta. Eran días de bullicio y amontonamiento, días en los que andaba mucha gente.
El Templo en días de peregrinación era un buen lugar para ver y ser visto. ¿Cómo haría  alguien para destacarse en medio de la multitud? El exhibicionismo estaba a la orden del día. Allí se podía simular devoción rezando a la vista de todos, o hacer alarde de generosidad con las limosnas.
Cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres.
(Mt 6,2)
Jesús tiene una mirada diáfana que puede ver las cosas tal cual son. Y sabe dónde detenerse.
Mirando mujeres
Jesús se sentó frente al arca del tesoro del Templo y miraba cómo la gente echaba monedas en el tesoro. Muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo:
– En verdad les digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del tesoro. Porque todos han echado de los que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.
(Mc 12,41-44)
Parece que Jesús deliberadamente se sentó a observar lo que ocurría en el sitio donde se dejaban las limosnas. “Muchos ricos echaban mucho”. La escena sería repetida y habitual en los días de fiesta en el Templo. En medio de la aglomeración, del bullicio, de las piedras rutilantes de los muros y del sonido de las grandes monedas cayendo en el tesoro, Jesús mira a una mujer. Una viuda pobre en medio de la multitud, con dos moneditas. Dos moneditas que no deslumbran como las joyas del templo ni pesan fuerte como las monedas de los ricos. La mirada de Jesús, diáfana y serena en la contemplación de la gente, puede ver más allá, hasta captar lo que hay en el corazón. Y las palabras de Jesús no van a destacar ni el fulgor de las piedras ni los grandes números de la recaudación; van a hablar de la mujer que, en su estrechez y pobreza, todavía es capaz de dar.
Hay que tener una fe muy grande en la Providencia de Dios para animarse a dar de lo necesario. Hay que tener una compasión muy grande con la necesidad del prójimo para animarse a compartir los bienes indispensables para la vida.
Miradas distraídas
Jesús, sentado y mirando, es conmovido por la acción pequeña de esta mujer pobre. Que seguramente pasaría inadvertida, ella y su acción, en medio de tantas personas llamativas y deslumbrantes.
Los discípulos tenían la mirada puesta en otras cosas. Impresionados por las construcciones, aturdidos por la gente que iba y venía, inquietos por participar de los rituales, no podían ver, no podían detener la mirada en algo tan insignificante como una vieja pobre y silenciosa. Sus moneditas, de tan livianas, ni siquiera habrán sonado cuando cayeron en el tesoro…
Entonces, llamando a los discípulos, les dijo. Jesús tiene que hacer que los discípulos  vean esto. Tiene que convocarlos, expresamente, porque la mirada de ellos estaba perdida en otras cosas.
La gran lección sobre el compartir los bienes y la confianza en Dios providente la da Jesús contemplando a esta mujer.
  • Para reflexionar juntos
  • ¿Cómo es nuestra mirada cuando concurrimos a misa o a reuniones en nuestros templos? ¿Cómo miramos a los demás? ¿Qué contemplamos?
  • Meditemos sobre la mirada de Jesús puesta sobre nuestras pequeñas acciones. ¿Qué ve Jesús allí?
  • ¿Qué buena noticia tiene esta escena de la vida de Jesús para nosotros y nosotras hoy?
Este artículo forma parte del libro “Jesús miraba mujeres” de Ed. Claretiana (2014)

Jesús miraba mujeres

Jesús miraba mujeres

Evangelio según San Marcos 1,29-39

La suegra de Pedro

publicado en “Jesús miraba mujeres”, Ed. Claretiana
El Evangelio de Marcos narra que Jesús comenzó a predicar el Reino de Dios a orillas del lago de Galilea:
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí  proclamaba la Buena Noticia de Dios: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. 
Mc 1,14-15
Y seguramente todos tenemos presente que una de las primeras cosas que hizo Jesús fue convocar a quienes formarían parte de su comunidad: los pescadores del lago de Galilea.
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres. Al instante, dejando las redes, lo siguieron”.
Mc 1, 16-18
Entonces nos surge la pregunta: ¿Jesús solamente llamó a los varones? ¿No convocó a ninguna mujer? ¿No tuvo discípulas mujeres? Seguimos leyendo el Evangelio de Marcos y nos muestra a Jesús que predica en la sinagoga de Cafarnaum (una ciudad a orillas del lago) y luego ocurre esto:
Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó, y tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirlos.
Mc 1,29-31
Según Marcos, esta es la primera mujer que aparece en la vida pública de Jesús. Si es la primera, su presencia ciertamente nos revela algo sobre los inicios de la actividad de Jesús. El comenzó convocando a los discípulos, pescadores, y sanando a una mujer que se hizo servidora de la comunidad. Digamos de paso que Jesús no está eligiendo lo más distinguido de la sociedad: unos pescadores malolientes y una vieja enferma, en vez de reunir en torno a El a algunos sabios teólogos  o prósperos empresarios.
La suegra de Simón está enferma y está en la casa. Jesús llega hasta ella y la toca, la toma de la mano. Este acercamiento de Jesús, que puede parecernos algo tan simple y natural, implica en realidad un “saltar barreras” muy atrevido. El ideal de la época era que las mujeres permanecieran recluidas dentro de la casa, ocupadas en las tareas hogareñas. Jesús no es un miembro de  esa familia, y sin embargo, se mete en la casa hasta la habitación de la enferma. Y además, la toca. Los varones evitaban el contacto físico con cualquier mujer que no fuera de su familia, ya que las mujeres eran consideradas impuras. Incluso estaba mal visto que un varón hablara con una mujer en la calle.
Para sanar, Jesús se acerca, establece contacto físico, la toma de la mano. Salta la barrera de la casa, de la enfermedad y del prejuicio social, para traerle a esta enferma salud y salvación. Jesús llega hasta esta mujer, que podemos suponer anciana, ya descartada del sistema productivo y reproductivo, relegada a la intimidad de la casa. Simón y Andrés confían en el poder de Jesús  y piden por ella. Y Jesús la saca de la enfermedad y la transforma en servidora. La enfermedad la tenía en la cama, Jesús la levanta, la pone de pie.
Con la presencia de Jesús y de los discípulos en la casa, se amplía el horizonte de acción de esta mujer. Ya no es sólo su familia la que recibe su servicio: es toda una comunidad. La presencia de Jesús significa para ella romper los límites de la casa y la familia y entrar en un círculo más amplio, donde pasará  a relacionarse con más personas: la comunidad cristiana.
La suegra de Simón aparece en el comienzo de la actividad de Jesús. Ella es la primera mujer que, respondiendo al paso de Jesús en su vida, se integra a la comunidad, de pie, como servidora. Su sanación tiene para ella el mismo efecto que en los pescadores tuvo el llamado de Jesús. Ellos respondieron siguiéndolo y haciéndose pescadores de hombres.  A la presencia sanadora y salvadora de Jesús, ella respondió, no con palabras, sino con su servicio. 
Para Conversar en grupo
  • La suegra de Simón estaba aprisionada por la fiebre, tirada en la cama y metida en la casa. Hay mujeres que, si bien no tienen diagnosticada ninguna enfermedad, están en esa situación de opresión y encierro. ¿Conocemos mujeres en esta situación? ¿Qué las lleva a estar así?
  • Simón y Andrés pidieron por esta mujer. ¿Qué hace nuestra comunidad por estas mujeres? ¿Existe en la comunidad un espacio donde ellas puedan participar y vivir su relación con Jesús?
  • Podemos compartir nuestra propia experiencia acerca de cómo la pertenencia a la comunidad cristiana nos abrió los límites de la familia y nos relacionó con otros hermanos y hermanas.
  • ¿Qué buena noticia tiene este texto para varones y para mujeres?